Es común interpretar al juez en la parábola de este domingo como representante de Dios, pero hay que tener cuidado antes de hacer tales suposiciones. Para empezar, es imprudente hacer tales interpretaciones alegóricas directas de las parábolas de Jesús, pues rara vez son tan claras.
También, en este caso, Jesús se refiere al juez como “injusto” (vs 6), por lo que es poco probable que esto busque representar a Dios, a menos que queramos ver a Dios como injusto.
Sin embargo, hay dos principios que Jesús trata de comunicar a través de este pasaje, y se encuentran en sus palabras finales. Primero, se muestra cómo la persistencia puede conseguir que incluso un juez injusto puede dar justicia a la viuda, y luego ello se contrasta con la forma en que Dios promete traer la justicia al pueblo de Dios cuando le clamen persistentemente.
Estas palabras fueron pronunciadas cuando Jesús estaba en camino a Jerusalén para morir, lo que nos dice que, aun cuando todo parece sin esperanza, no podemos perder el corazón y dejar de trabajar y abogar por la justicia.
El segundo principio que Jesús está tratando de comunicar se refiere a la fe. Se pregunta si, cuando regrese, encontrará fe en la tierra. Es imposible ser persistentes, y trabajar constantemente por la justicia (en nuestras vidas y en nuestro mundo) si perdemos la fe. Estamos convencidos de que Dios es justo y desea la justicia, y nos sostiene nuestro compromiso de permanecer fieles a la causa hasta que ver la justicia manifiesta entre nosotros.
Este es un principio básico del Reino de Dios: debemos ser fieles en nuestro compromiso de llevar el amor y la justicia en el mundo, en cualquier forma que podamos, aún si parece pequeña.
En el mundo práctico del trabajo por la justicia, la oración puede sentirse como una actividad muy poco práctica e ineficaz. Si usamos nuestra oración para tratar de ejercer presión sobre los líderes o grupos con los quienes no estamos de acuerdo, con la esperanza de que Dios de alguna manera se lance en picada para lograr los cambios por los que estamos orando, entonces estamos delirando y nuestra oración es de hecho impráctica e ineficaz.
Sin embargo, si buscamos ser cambiados por la venida de Cristo como nuestra guía; si buscamos a abrir nuestros corazones a fin de que la ley de Dios se pueda escribir sobre ellos; y vivimos en la justicia que buscamos, entonces nuestra oración es un acto poderoso y transformador.
En este sentido, no hay un trabajo completo por la justicia sin la oración.
Las dos realidades, la palabra de Dios echando raíces dentro de nosotros y el Dios que viene a nosotros, no son realidades separadas, sino son esencialmente una y la misma experiencia, y la oración es el vehículo. La pregunta, entonces, es la siguiente: ¿Qué está haciendo Dios (o procura hacer) en nuestras iglesias y comunidades? ¿Dónde vemos la evidencia de la presencia de Dios, la venida de Dios, y dónde necesita escribir Su Palabra? ¿Cómo podemos servir a la obra del Señor de manera que se haga justicia, tolerancia, compasión y la realidad del reino de Dios en la vida de las personas amadas de Dios?