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La sanación del mundo entero

Eunice es una agricultora de subsistencia en un pequeño pueblo en Sudáfrica. Sin otro medio de empleo, Eunice depende del entorno natural a su alrededor. Quizá no conozca la ciencia de la tierra, pero sí sabe que esa tierra en otro tiempo fértil y que producía abundantes cosechas ahora está totalmente seca. \»La tierra\», dice, \»solía ser suave y era fácil cavar con las manos; el agua estaba fácilmente disponible, justo debajo de la superficie, y el alimento era abundante. Pero ahora la tierra está seca y dura, y no hay agua debajo de la superficie; incluso se ha secado nuestro pequeño lago\».

También ha notado que las lluvias se han vuelto cada vez más irregulares. Son menos frecuentes, pero cuando llueve, es tan torrencial que sus campos se inundan, arrastrando cosechas y semillas valiosas. Eunice no está sola. En el oeste de Uganda, por ejemplo, los granjeros se hallan en la misma situación climática, incapaces de cultivar yuca, plátanos o soya. En años recientes, Nicaragua ha enfrentado la peor sequía que ha visto en más de cuatro décadas, generando índices extremadamente altos de hambruna.

En las Escrituras, escuchamos la invitación de Dios a disfrutar de los frutos de la creación. Escuchamos el llamado de Dios a cuidar del jardín. Y, con Pablo, escuchamos a la creación \»gemir\», \»mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo\» (Romanos 8:19-23). Pero también escuchamos la promesa de nuestro Creador, cuya creación es un don, y este es nuestro punto de arranque. No vemos el mundo como terreno traicionero lleno de desafíos que hay que ir sorteando, sino como un jardín abundante que estamos llamados a cuidar. Las cosas que escuchamos y vemos no destacan un problema que debamos solucionar; más bien nos recuerdan una vocación a la que estamos llamados y el lugar que se nos ha asignado para seguirla.

Básicamente, esta vocación es una asociación en conjunto en la que llegamos a ver la presencia de Dios en nosotros, por medio de nosotros, a nuestro alrededor y con nosotros, enriqueciendo nuestras labores y dando forma a nuestro mundo. Martín Lutero escribe: \»Dios está enteramente presente, en persona y en esencia, en Cristo sobre la tierra en el vientre de su madre, en la cuna, en el templo, en la selva, en las ciudades, en las casas, en el jardín y en el campo\». El llamado a cuidar de la creación es el llamado a acercarse a la presencia de Dios en el mundo que nos rodea, en las relaciones restauradas entre nosotros y nuestro prójimo, y en la relación de vida entre los seres humanos y la tierra.

Las buenas nuevas para la creación son las buenas nuevas para las personas en situaciones de pobreza, que son especialmente vulnerables a los peores efectos del cambio climático. La promesa de Dios, como deja en claro Isaías, es para la reconciliación de toda la creación, de un tiempo cuando \»se regocijará el desierto y florecerá como el azafrán\» (Isaías 35:1-2) y cuando las \»aguas brotarán en el desierto, y torrentes en el sequedal\» (Isaías 35:6).

Preguntas para la reflexión

1) ¿Cómo experimentamos la misericordia de Dios por medio del mundo natural? ¿Cómo podría una visión de la creación como un don moldear hoy nuestras acciones?
2) ¿Qué pueden revelar las actividades agrícolas sobre la gracia de Dios, la labor de Dios en el mundo y la relación de la humanidad con el medioambiente?
3) ¿Cómo podrían mantenerse atentas nuestras congregaciones al medioambiente y la naturaleza, incluso durante los fríos meses de invierno?

Oración:

Dios misericordioso, incluso en el invierno, tu amor está activo preservando, protegiendo y cuidando de tu creación. Perdónanos por la forma en la que hemos descuidado nuestras responsabilidades como mayordomos de la creación. Guíanos a la conciencia y la preocupación por el medioambiente en el que nos has creado, y por nuestro prójimo llamado a trabajar con la tierra: por los granjeros y jornaleros, por los jardineros y los sembradores. Te damos gracias por la abundancia que gozamos hoy, y volvemos la mirada con anhelo a la fructífera primavera que vendrá. Amén.

Isaías 35:1-10 – Mateo 11:2-11

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