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Cuando el hogar no se encuentra en este mundo

Al escuchar la desgarradora historia de una madre sobre el suicidio de su hija de 14 años, no puedo evitar preguntarme en qué mundo tan infructuoso vivimos. Esta historia es una de miles en Colombia, donde ya se habla de una ola de suicidios entre jóvenes indígenas. 

 Apenas había tenido tiempo de vivir en Colombia dos meses, cuando una noche de insomnio estaba hojeando Instagram y mis ojos captaron la noticia más terrible que había leído hasta ese momento en la avalancha de noticias teñidas por la violencia en Colombia: 30 menores perteneciente al pueblo indígena Embera se habían suicidado a principios de año. Sin comprender completamente las dimensiones y significado de cifras del país todavía, la pérdida de 30 jóvenes parecía un número impactante de todos modos. 

Empecé a investigar el asunto, y resultó que el fenómeno no es nuevo en Colombia. No se conocen las cifras exactas y, aparte de algunos artículos, sorprendentemente se ha escrito poco sobre el fenómeno. Dado que adquirir información en Colombia es un proceso complicado, comencé a preguntar sobre el tema a nuestros socios en Colombia, quienes trabajan intensamente con poblaciones indígenas en diferentes partes de Colombia. Pronto quedó claro que este tipo de casos se encontraban en todo el país, independientemente de la población indígena.

 Un espíritu maligno entre la gente
A lo largo de la primavera entrevisté a varios expertos y defensores de derechos humanos en el tema, y ​​según ellos, los primeros casos se conocieron ya en la década de 1990. Sin embargo, el número de casos notificados ha aumentado de manera alarmante en los últimos años. En los años 2015-2022 se han reportado casi 150 suicidios y 80 intentos de suicidio solo en el departamento del Chocó. En total, alrededor de 150.000 miembros del pueblo indígena viven en el departamento, que es un número significativo de los más de medio millón de habitantes del departamento. 

Es imposible dar razones inequívocas del creciente número de casos, pero la guerra civil de más de 60 años en el país y, con ella, las condiciones de vida extremadamente difíciles de las minorías y la ausencia de derechos humanos, podrían explicar la difícil situación de los jóvenes. Durante décadas, ha habido muchos enfrentamientos armados en las zonas habitadas por los indígenas, ya sea entre guerrilleros, fuerzas paramilitares, cárteles de la droga o fuerzas gubernamentales. Las fuerzas armadas a menudo se mueven en áreas remotas, donde también se encuentran las tierras de los pueblos indígenas. Muchas veces los jóvenes en estos casos tienen que elegir entre la condición de refugiados o el reclutamiento forzoso por parte de varios grupos armados. 

Además de la guerra, los pueblos indígenas sienten que entre ellos habitan espíritus malignos, y la presencia de guerras y violencia exacerba este sentimiento. Víctor Carpio, activista de derechos humanos perteneciente al pueblo Embera, dice que desde 1997 ha habido constantes enfrentamientos armados en las zonas donde habitan los indígenas. «Después de las batallas, hay cuerpos que han quedado sin enterrar y se han desaparecido. Ahora los espíritus malignos se nos aparecen como estos muertos, exigiendo paz y reconciliación».

Según Carpio, es imposible alcanzar la paz espiritual antes de que los cuerpos sean enterrados en la tierra y se detenga la lucha en las áreas sagradas.

“Muchos jóvenes sienten que no les queda nada. No ven un futuro en un mundo donde su hábitat ha sido despojado, y no tienen medios ni oportunidades para adaptarse a la cultura dominante colombiana. Qué opciones tienen? Además de esto, los espíritus malignos nos recuerdan constantemente la posibilidad de la guerra y la muerte». 

 Entre dos mundos
Medio año después de las primeras entrevistas, estaba en un viaje en el Departamento de Antioquia en una pequeña comunidad del pueblo indígena Embéra. Los 29 maestros del municipio de las comunidades del pueblo se habían reunido en el pueblo para discutir el fortalecimiento de la cultura de los pueblos indígenas a través de la educación. El proyecto de Felm y la Iglesia Evangélica Luterana de Colombia apoya las oportunidades de los pueblos indígenas para planificar e implementar su propia educación en la lengua materna, que se basa en su propia cultura, conocimiento e historia.

La preocupación por la pérdida de la propia cultura es real entre los pueblos indígenas. Se estima que hay aproximadamente 1.500.000 miembros del pueblo indígena en Colombia, y la gran mayoría de ellos ya no pueden estudiar en su propio idioma después de la escuela primaria. A menudo, solo terminar el colegio significa muchas veces mudarse de su región de origen a una edad temprana. El vínculo con la familia, la cultura y el idioma se debilita cada año. 

Durante mi viaje, entrevisté a una chica de 15 años llamada Okeidy que pertenece al pueblo Embéra. Para ella pareció difícil mantener la cultura también porque muchos jóvenes ya no saben a dónde pertenecen realmente. En casa de la familia tratan de que se queden entre su propia gente y vivan con respeto a las tradiciones, pero incluso dentro de las comunidades hay incertidumbres sobre lo que significa hoy su propia cultura. Al mismo tiempo, se abre un mundo completamente diferente para los jóvenes en la escuela, donde pueden socializar con sus compañeros y ser aceptados como parte de un grupo más grande y una cultura dominante.

Durante nuestra visita también se mencionaron varias veces preocupaciones sobre intoxicaciones, violencia doméstica y la soledad de los niños. Cuando los jóvenes no pueden encontrar su lugar en el mundo, permanecen inactivos, aumenta el consumo de sustancias psicoactivas y la salud mental puede deteriorarse. La falta de perspectiva percibida en las comunidades lleva a los jóvenes a seguir el ejemplo de los demás, y algunos eligen el camino final para salir de la desesperación. 

 «Morimos como animales»
En la noche que se desvanecía, escuché sin palabras la historia de una madre, quien habló en voz baja, con lágrimas rodando por su cara. La madre contó cómo su hija de 14 años se había ahorcado hace dos años en su casa. La madre no tenía idea de la difícil situación de su hija y sospechaba que un espíritu maligno había poseído a su hija. El acto le parecía tan antinatural.

Además del impactante destino, me preguntaba con horror qué tan sola se había quedado la mamá con su pérdida: yo era la primera persona ajena a la familia con la que discutía el tema en todo un año. Según las costumbres de los Embéras, después del hecho, la casa de la familia había sido limpiada espiritualmente por los «jaibanos», los sabios del pueblo, y luego de esto, el camino de la madre en medio del dolor había sido largo y solitario. Antes de que naciera el nuevo niño, había sido difícil encontrar las ganas de seguir la vida propia.

“Morimos como animales, los niños son enterrados y luego el asunto se olvida”, dijo la madre.

Se informaron casos de suicidio en 27 de las 29 comunidades rurales del municipio. Algunos de ellos tenían menos de 12 años. Dado que se han reportado casos en toda Colombia, pero no se dispone de estadísticas exactas, el número real de suicidios es probablemente mucho más alto de lo que podemos imaginar. 

 El deseo de llegar a casa
En el documental Selva Inflada del documentalista colombiano Alejandro Naranjo, jóvenes indígenas que viven en la provincia de Vaupés son entrevistados sobre sus pensamientos sobre los suicidios de sus amigos. Cuando se le pregunta a Gilberto, que acaba de terminar la escuela, qué se cree en su cultura que sucede después de la muerte, responde que una persona se va a casa.

«La muerte es un viaje a casa, de donde venimos originalmente. Regreso a nuestro verdadero hogar».

¿En qué clase de mundo vivimos, cuando los niños se sienten tan inseguros y mentalmente desplazados que sienten que no hay espacio, lugar para ellos en su propio país?. 

No importa con quién hablé sobre el tema en esta comunidad, un espíritu maligno a menudo se deslizaba en las conversaciones. Desde mi propia cosmovisión, a veces me costaba entender qué significaba el espíritu – una forma de explicar el mal sentir colectivo percibido es la exclusión y marginación que experimentan los jóvenes o el miedo que provocan el desplazamiento y la violencia en su alrededor.

Melissa Gómez, coordinadora de la labor de evangelización de la Iglesia Luterana en Colombia, quiere recordar que el malestar colectivo que viven las comunidades y la creencia en la presencia de malos espíritus es muchas veces un fenómeno que nace de estructuras muy violentas. Gómez ve la espiritualidad de los pueblos indígenas y el apoyo a su propia cultura como también tarea de la iglesia ecuménica. 

«Entre los pueblos indígenas, muchas creencias a menudo pueden coexistir. Además de los malos espíritus, pueden, por ejemplo, estar preocupados si no han sido bautizados como parte de la iglesia. Y a nosotros como iglesia nos gustaría que entendieran que estas cosas impactantes que les suceden no son causadas por ellos mismos o por su forma de creer. Queremos apoyarlos para que encuentren su propio camino para lograr la paz espiritual, a pesar de las situaciones difíciles. Y esto también se logra actuando según los valores cristianos y dando ejemplo con acciones que apoyen la dignidad humana, la igualdad y la importancia de cuidar a los demás”.

¿Cómo apoyar a jóvenes desarraigados y comunidades traumatizadas? En la práctica, esto podría implementarse, por ejemplo, aumentando el apoyo psicosocial y fortaleciendo la capacitación y con los medios de información. Mientras escuchaba las historias desgarradoras de las comunidades sobre la juventud perdida, la preocupación por el trauma silenciado de las familias y de toda la comunidad me dejó en silencio. ¿No nos dice el mas gran mandamiento de todos que amaríamos a nuestro prójimo como a ti mismo? ¿Escuchando, viviendo juntos, mostrando un amor que trasciende las diferencias y las diferencias culturales?

Todos deberían tener derecho a ser escuchados cuando encontramos con la mayor pérdida que uno puede vivir. Todo el mundo debería poder vivir sin el sentimiento de maldad que acecha por todas partes. Todos deberían tener derecho a un hogar ya en este mundo. 

Por: Anna Lunden

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